La vida es como una montaña rusa, está llena de cambios y hay que saber adaptarse. Muchas veces esos cambios, dependen de las decisiones que tomemos y otras veces, nos vienen impuestos por la vida. Todos generan incertidumbre, algunas veces los afrontamos con motivación y otros con miedo.
Esta capacidad de lidiar con situaciones nuevas, también la adquieren los niños. La diferencia es que ellos necesitan un modelo para saber cómo enfrentarlas.
Ante cualquier situación novedosa, nos tenemos que plantear tres interrogantes: Cómo se lo contamos, qué le contamos y de qué forma afrontamos el cambio.
El divorcio o la separación es muy frecuente en la actualidad. Muchas veces, el conflicto en la pareja genera más consecuencias negativas en los hijos que la propia separación o
divorcio, ya que las frecuentes discusiones y conflictos entre los padres generan más inestabilidad en todos los miembros de la familia.divorcio
Esperar a que el niño sea mayor y “pueda entenderlo mejor” suele ser un gran error, ya que la situación conflictiva sigue generando malestar.
Los niños, en la mayoría de las situaciones, terminan adaptándose a las situaciones. Es cierto, que hay casos que pueden desarrollar problemas emocionales o conductuales, como desobediencia, miedos, lloros, escaso rendimiento escolar…
Muchas veces, nos llegan a consulta padres preguntándonos si existe algún momento en el que el niño reaccione mejor.
Esto depende de factores como:
- Su edad
- El tiempo de convivencia con los dos progenitores.
- La forma en la que los padres lleguen a acuerdos y el modo de solucionar los problemas relacionados con los niños.
POR EDAD:
Hasta los dos años:
No parecen saber lo que ocurre si no se cambian de forma drástica los hábitos. Pueden reaccionar de muchas maneras. Todo ello, es un intento por recuperar su rutina, su seguridad, por lo que podemos ver que desarrollan problemas de comportamiento, o conductas regresivas (modo más infantil). En algunos casos, pueden volverse más vulnerables a dolencias o enfermedades. Todas estas reacciones son temporales y se solucionan cuando el niño se vuelve a encontrar en un entorno seguro.
De tres a cinco años:
Lo suelen percibir como una separación temporal e imaginan una reconciliación de sus padres. Esto también se debe, a que su concepto del tiempo no es correcto
A veces se suelen culpar y piensan que son ellos los culpables de la separación. Pueden presentar problemas de conducta, ansiedad y regresiones a etapas evolutivas anteriores, por ejemplo: orinarse encima, problemas de sueño…
De seis a ocho años:
Entienden el objetivo del divorcio. Suelen echar de menos al progenitor ausente y se preocupan: ¿ya no quieres a papá?, ¿qué va a hacer mamá sola?. En ocasiones, tienen sentimientos negativos hacia sus padres, por culparles de la nueva situación familiar.
Suelen presentar reacciones somáticas, miedo, llanto y problemas de conducta.
De ocho a doce años:
Comprenden la finalidad y los motivos. Pueden pensar que el divorcio es una buena solución y que termina con los constantes conflictos.
No se culpan por la situación pero pueden sentir alteraciones emocionales como ansiedad, depresión e incluso, somatizaciones.
El periodo más crítico, es el año siguiente a la separación, ya que es común que las reacciones se presenten en mayor intensidad y frecuencia, sobre todo, si la separación es muy conflictiva. Si persiste en el tiempo y sobre todo, genera mucho malestar en los hijo/s y en la familia, es importante consultar a un profesional que le dote de herramientas de solución de problemas y de manejo de la ansiedad.